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Hace algunos días tuve un sueño. Desde que desperté supe -como me suele suceder con este tipo de sueños- que era del Señor. Tenía el dulce recuerdo matutino de haber soñado algo poderoso en el Espíritu que a las 6am uno no entiende muy bien, pero que simplemente te saca una sonrisa. Y sí, sonreí casi todo el día por causa del sueño y ahora, al recordarlo y escribirlo, me saca una sonrisa aún más grande, más feliz. No es para menos.

Soñé que un grupo grande de jóvenes mujeres íbamos camino a un retiro. Habré visto alrededor de 60 ó 70 jóvenes en promedio alistándonos para subirnos en un bus grande y verde, similar a los buses que transportan a los jugadores de un equipo de fútbol. Al subir, noté que el conductor del bus era Miguel Ángel, a quien vi alto y fuerte. Me dio la impresión de que había estado entrenando, pues era notoria su pérdida de peso y su destacada musculatura. A su lado, el pastor Luis Enrique llevaba algo así como un registro de las niñas que nos íbamos subiendo al bus; y a pesar de su postura, logré verlo mucho más alto de lo que es, e igualmente, bastante musculoso. Al verlos juntos y de esa manera pensé: “Se nota que Migue y Kike han estado entrenando o yendo al gimnasio”; pero inmediatamente abandoné el pensamiento para sentarme y disponerme a viajar rumbo al retiro con las demás niñas. 

Llegamos a un lugar bastante diferente a la finca de CCM. Era un terreno inhóspito, inhabitado y seco, en donde se encontraban muchas cabañas dispuestas de manera lineal sobre una pendiente. Nos bajamos e inmediatamente fuimos a acomodarnos en las cabañas, en las cuales cabíamos alrededor de 5 ó 6 niñas en promedio por cabaña. Todo el ambiente me parecía un poco extraño y pensé en porqué no nos harían pasar al salón a tomar el refrigerio, como es costumbre en los retiros a los cuales he asistido. Sin preguntar, fui a una de las cabañas con mi equipaje de mano y -justo antes de entrar- vi a lo lejos a Migue, sacando del bus unos equipos que se asemejaban mucho a radios, micrófonos y celulares. Supe que se trataba de una especie de equipamiento similar al que utilizan los guardas de seguridad de los presidentes o las personas famosas. Completó su “pinta” con un traje negro y unas gafas oscuras, dándome a entender -ahora lo sé- que definitivamente se trataba de un experto guardaespaldas, sin duda. 

Ya dentro de la cabaña abrí mi maleta y encontré ropa cómoda, tennis, unos lazos, unos elásticos y unos guantes deportivos. Miré todo ello y sólo pude pensar: “¿A qué hora empaqué yo todo esto? Este equipaje no se parece en nada a lo que normalmente traigo a los retiros”. Acto seguido escucho a Kike gritando desde afuera con voz de mando: “¡Rápido, niñas! ¡Todas deben cambiarse rápidamente! Nada de charla y más acción. ¡Rápido! Esto ya ha comenzado”. Entendí que tenía que vestirme para salir y “comenzar”, aunque no sabía qué.

Salimos todas y seguimos a Kike. Él nos guió a un lugar desde el cual pudimos observar una escalera al cielo y nos dijo: – “Hemos llegado al lugar en el cual comienza la primera prueba. ¿Ven esas escaleras? Todas van a subirlas”“¿Pero, cómo?” pensé. “Esas escaleras son demasiado altas”. Su fin se perdía entre las nubes. 

Él (Kike) comenzó a subir a toda prisa, sin mirar atrás, con la certeza de que todas lo seguiríamos y, en efecto, así fue. Todas las niñas comenzamos a subir y a subir los escalones que se extendían hacia el infinito, sin preguntar nada. Habría pasado ya un poco más de una hora subiendo -no estoy muy segura- para cuando las piernas nos empezaron a doler. Comencé a tocármelas tratando de darles un poco de ánimo y fuerza con mis manos, y rápidamente me percaté de que muchas de nosotras estábamos haciendo lo mismo. Estábamos realmente cansadas. Para ese entonces el viento ya soplaba muy fuerte en las alturas y se veían unas pequeñas nubes entre nosotras al subir la escalera. Noté que algunas niñas iban más arriba que yo y otras, más abajo… todas luchando por seguir adelante, a pesar del inicial cansancio que parecía vencernos de a poco. 

En un momento dado, al notar nuestro cansancio desde un punto mucho más arriba, Kike exclamó: – “¡Vamos, niñas, cobren ánimo! Todas sigan adelante, sin descansar. Esta es apenas la primera prueba. ¡Vamos!”. Esas palabras le dieron como una especie de renovada fuerza a mi cuerpo y seguí subiendo, sin pensar mucho ni responder nada. Más arriba -tal vez una media hora después de continuar subiendo-, encontramos un lugar. Se trataba de un salón grande, un poco oscuro y dispuesto en todo su diseño y color para un tiempo de entretenimiento. Al entrar junto con muchas otras niñas, percibí que se trataba de una especie de cine, muy moderno, agradable y equipado con alta tecnología. Comencé a escuchar de las niñas algunos comentarios, tales como: – “siquiera llegamos aquí”, – “por fin un lugar donde podemos descansar un poco”, – “gracias a Dios puedo sentarme y relajarme. Me están doliendo mucho las piernas”. A lo lejos, en una esquina, vi que se abría delante de nosotros una pantalla de cine no muy grande, pero lo suficientemente atractiva como para llamar la atención de esta nueva audiencia. Salió un hombre vestido de manera similar a un animador de circo, diciendo a viva voz: – “¡Bienvenidas! Este lugar es muy especial porque aquí pueden descansar un rato. ¡Póngase cómodas! Hemos preparado para ustedes la proyección de una película y durante las siguientes dos horas podrán estar tranquilas, disfrutando de este espacio tan acogedor y de sus muchos servicios. Todo nuestro personal estará bien dispuesto a atenderlas como se lo merecen”

Fue precisamente en ese momento en el cual me di cuenta de que Ángela López había estado junto a mí durante mucho rato (incluso durante el tiempo que estábamos subiendo las escaleras). Nos miramos fijamente a los ojos y con la mirada entendimos que ambas compartíamos la misma sensación de extrañeza y duda: – “Angy, ¿tú estás sintiendo lo mismo que yo?”, le pregunté. – “Sí, Andre. Este lugar es muy extraño. ¿Por qué paramos de subir?”. – “No lo sé”, le respondí. 

Me percaté de que había una especie de ventana pequeña en aquel salón y, mientras comenzaban la proyección de una película infantil (muy parecida a la de Monsters Inc., para quienes alguna vez la vieron), vi desde adentro nuevamente las escaleras extendidas hacia el cielo y a Kike, quien continuaba subiendo y ahora se encontraba mucho más arriba. – “Angy, mira. Kike sigue subiendo. Parece que la prueba de subir no ha terminado. ¿Por qué nos habríamos detenido entonces?”. Dos niñas se acercaron con la misma inquietud en sus corazones y nos dijeron: – “niñas, nos estamos sintiendo muy raras aquí. ¿Ustedes saben qué lugar es este?”, nos preguntaron. – “No, no sabemos; pero también nos estamos sintiendo muy mal acá. ¿Será que no nos dejarán salir?”. Otras tres o cuatro niñas más se acercaron a nosotras y nos preguntaron: – “¿ustedes se quieren ir también, cierto? Nosotras no queremos ver ninguna película”. – “Sí”, les respondimos; y para ese momento, sin decir ni preguntar nada, ya había unas seis o siete niñas más que se nos habían unido, con el mismo sentir. 

Nos acercamos hacia la puerta y vimos que Miguel estaba justo allí, como custodiando el lugar. Le dijimos: – “Migue, nos queremos ir”. Él nos respondió con una sonrisa muy sutil, casi que deteniendo su sensación de agrado y diciéndonos con la mirada: – “salgan”. Nos abrió la puerta y una vez afuera, nuevamente nos encontrábamos en las escaleras hacia el infinito. De ese lugar salimos entonces alrededor de catorce o quince niñas en total. Todas las demás se quedaron en el salón viendo la película. 

El dolor en las piernas regresó rápidamente después de haber retomado nuestro camino. Esta vez se complicó un poco más el panorama, pues las nubes que ahora comenzaban a cubrirnos eran más espesas y el frío, más intenso. Ya no sentíamos el viento suave y delicado de la primera hora de subida, sino un viento más fuerte y frecuente que casi congelaba los huesos. Subíamos y subíamos, todas a diferentes alturas pero a un ritmo constante y más o menos similar; y llegamos a una parte estrechísima de esas escaleras, muy incómoda… por no decir más. Esa parte era muy larga y tenía peldaños de madera bastante inestables y complicados de subir. Estaban sujetados por unas cuerdas gruesas y algunos de ellos dejaban entrever el vacío, pues estaban rotos. Para ese entonces ya nos tocaba sujetarnos a esas cuerdas (como si fueran barandas) con las manos. Debíamos sujetarnos con fuerza y movernos cautelosa e inteligentemente a través de ellas y los peldaños -como pasando una prueba deportiva de alto esfuerzo físico- (algo similar a las peripecias que deben hacer los competidores del juego televisivo de Caracol: “El Desafío” -valga la pena agradecer a mi mamá por las veces en que vi ese programa con ella los lunes, después de llegar de clase del discipulado bíblico… jeje-).

El pastor Kike nos dio un último grito de esfuerzo en esa última fase de las escaleras: – “¡Vamos, niñas! Ya casi llegamos. Vamos a terminar bien esta primera prueba”. De modo que recobramos fuerzas nuevamente y todas, como si fuésemos deportistas profesionales, proseguimos adelante subiendo la ahora intrincada y estrecha última etapa. La prueba no sería hasta el infinito después de todo. 

Terminamos de subir las escaleras y llegamos a un lugar súper especial. Se trataba de una casa de pajaritos enorme de madera, sencillamente preciosa. Supe que habría cosas muy lindas allí. Entramos y, para mi sorpresa, encontramos una pista de entrenamiento por bases de trabajo físico. Era muy parecida a la serie de ejercicios de gimnasia funcional que estoy haciendo ahora, pero creo que más difíciles. Vi en una base unos aros sujetados al techo, en otra base una cuerda suspendida (como para subirla), en otra base una barra a una altura considerable y en otra base, una especie de lisadero del cual colgaban algunas cuerdas. Kike nos dijo: –“listo, niñas. Ahora sí, a entrenar”.  – “Pero Kike… estamos cansadas. ¿Cómo así que a entrenar?”, le dijimos. – “Claro, niñas. Ustedes vinieron a un retiro, ¿no? Recuerden que están en un ‘Camino de Santidad’. Aquí no vinieron a perder el tiempo, sino a ser entrenadas”.

Vi que Kike se tiró por ese lisadero y empezó a hacer unos ejercicios de brazo complicados con las cuerdas que de él colgaban… una especie de “maromas acrobáticas” que no he visto hacer regularmente en un gimnasio, pero de una exigencia física tremenda. Al terminar, vi que estaba bastante sucio y sudado, y le dije: – “Kike, yo no me quiero ensuciar”. Él se giró hacia mí y me lanzó una mirada que lo dijo todo: – “a ver, Andrea, por favor… usted no subió hasta aquí para quedarse quieta. Me hace el favor e inicia el entrenamiento ya”. No necesitó palabras para acompañar su mirada… me comunicó con los ojos que se trataba de un regaño y un regaño serio. Tenía que empezar a entrenarme de verdad. – “Está bien, Kike… ¿puedo empezar por los aros?”, le pregunté. – “Empiece por donde quiera, pero empiece“, me respondió muy serio. – “Sí, señor”, asentí. Para ese entonces ya había visto también a Paola Valencia y a Alejandra Herrera entre las niñas que habíamos entrado en la gran casa de pajaritos.

No sé muy bien en detalle qué sucedió después de que comenzamos a entrenar. Esa parte del sueño fue un poco borrosa. Sólo logro recordar que en esa casa de pajaritos había unos baños espectaculares dotados de unas duchas súper limpias en las cuales nos pudimos bañar y arreglar después del entrenamiento. Nuevamente me vi al lado de Ángela López, a las afueras de los baños, y justo a la entrada de un lugar muy especial que tenía pinta de almacén de ropa. Estábamos ubicadas justo al frente de una gran vitrina de vidrio que quedaba a la entrada (aún muy pequeña comparada con las enormes vitrinas que se veían adentro). Dentro de la vitrina, comenzamos a ver y a tocar una ropa sencillamente única -creo que esta parte va a ser la más complicada de describir, en serio-. Se trataba de ropa viva, ¿te imaginas? No me preguntes ni cómo ni porqué sabía que estaba viva, pero era ropa viva. La textura de las telas se movía como si se tratase de pieles de animales vivos y cogimos una blusa blanca con los ojos de un tigre que se movían de lado a lado, tan sutil y hermosamente que estábamos impactadas. – “Angy, ¿esto es una blusa o un collar?”, le pregunté. – “Andre, para mí es como un collar muy grande”, me dijo. – “Es difícil saberlo porque pareciera una blusa, pero mira estas pepitas de colores que cuelgan de ella… tan brillantes y bonitas. Es posible que sea un collar, como tú dices… no sé. Aquí hay realmente prendas únicas. Yo nunca había visto una blusa-collar así”, le dije. – “Si, Andre, tienes razón”, me respondió. Y continuamos tocando otras prendas de vestir vivas, brillantes, coloridas, simplemente hermosas. 

– “Andre, mira. Esta ropa es nueva porque tiene etiqueta. Dice que esta blusa cuesta $1 peso colombiano, este pantalón $2 pesos colombianos, esta otra prenda $1 peso y esta otra $3 pesos”, me comentaba Angy mientras tomaba las prendas en sus manos y revisaba una a una las etiquetas de la ropa con vida. – “Angy… ¿no será que se trata de un error? Pues… ¿uno cómo va a pagar un peso colombiano? Eso es impagable. ¿No serán $10 pesos ó $100 pesos? Aún así sigue siendo muy poco dinero, no sé, es muy raro”, le respondí. – “Andre, yo no sé, a mí me da la impresión de que esas etiquetas las pusieron como para mostrar que la ropa es nueva y no para que la gente la compre. Para mí que toda esta ropa es gratis”, me comentó mientras seguía tomando más prendas sorprendida. – “¿Gratis? ¡Increíble! Angy: si en esta vitrina, que es sólo la entrada, estas prendas de ropa están vivas y son así de hermosas… ¿tú te imaginas lo que hay adentro de esta tienda?”.

Una vez hice esta pregunta me desperté y el sueño terminó.

– – – 

¿Comprendes ahora la razón de mi sonrisa? El Señor me ha regalado un sueño lleno de figuras bíblicas y me siento muy agradecida con Él por ello. He meditado mucho recientemente acerca de este sueño así como de todo su significado, y mi conclusión ha sido definitiva: Es tiempo para entrenar.

He visto muchas derrotas en medio de nosotras las jóvenes mujeres por causa de no estar bien entrenadas en el mundo del Espíritu y eso me duele mucho. Atender consejerías en las cuales -la mayoría de veces- salen a la luz fracasos y angustias en vez de victorias y revelaciones espirituales, es algo que me ha confrontado mucho a lo largo de este año 2018; y percibo con este sueño tan sencillo y a la vez tan profundo, que tal vez la razón de las múltiples derrotas sea la falta de entrenamiento.

En la Palabra hay descritas básicamente tres clases de‘entrenamiento funcional espiritual’ en las cuales cada creyente debería ejercitarse, sin descanso, cada día. Ellas son: la oración, la meditación de la Palabra y el ayuno. Yo te invito en esta hora a que te confrontes, delante del Señor, en estas tres áreas: ¿Cada cuánto estás ejercitando tu ser interior con oración, meditación de la Palabra y ayuno? Necesitas comenzar por hablarte verdad en este sentido y reconocer tu verdad delante del Señor. 

Si hoy tu respuesta es “nunca” o “casi nunca” o “muy poco”, comienza por pedirle perdón al Señor por causa de haber sido poco diligente para entrenarte. Recuerda que en mi sueño Kike dijo que estábamos en un “Camino de Santidad” y estoy segura de que tiene todo que ver con el retiro que tuvimos hace poco, cuyo título era precisamente ese. “Retirarse” o “estar apartado” para alguien o algo implica una “dedicación exclusiva y única”. No fuimos a ese retiro -en mi sueño- únicamente para recibir muchas predicaciones. Fuimos, en esencia, para entrenarnos. 

Mateo 6:6 (RVR 1960)
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.

1 Tesalonisenses 5:17 (RVR 1960)
“Orad sin cesar”.

La primera base de nuestro entrenamiento funcional espiritual será entonces la oración. Ella debe ser:

1. a solas con Dios: esto significa que se da en el secreto de su Santa Presencia.

2. en mi aposento: esto es, en mi habitación, mi lugar privado.

3. a puerta cerrada: es decir, sin ningún tipo de distracciones, ni afanes, ni preocupaciones. (¡Apaga tu celular de una vez por todas!)

4. íntima: se da de una manera secreta, privada y confidencial. Puedes exponerle al Señor todo lo que sientes tal y como lo sientes. Él ama tu sinceridad (Salmo 51:6 – RVR 1960- “He aquí, Tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”).

5. activa: Dios anhela tener conversaciones dinámicas, largas y agradables contigo.

6. alegre: no hay nada mejor que pasar tiempo de calidad con el amor de tu vida, te lo aseguro. 

7. permanente: sin cesar (no esperes sacar ‘músculo espiritual’ con 5 ó 10 minutos de oración diaria). 

Salmo 119:15-16 (RVR 1960)
“En tus mandamientos meditaré, consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras”.

La segunda fase de trabajo consistirá en la meditación de la Palabra de manera permanente:

1. Lee con diligencia y determina en tu corazón pasar más tiempos de calidad leyendo las Escrituras. 

2. Estudia, busca en diccionarios, indaga y pregunta. Pregunta siempre lo que no entiendas. No des por sentado que por haber escuchado o leído muchas veces la misma historia bíblica, ya has “desentrañado” todas sus verdades, todos sus secretos. No subestimes nunca la profundidad de las palabras de Dios. 

3. Considera los tiempos, las épocas, los contextos sociales y culturales, y todo lo que esté relacionado con lo que estés leyendo en la Palabra del Señor. No te conformes con tener el agua hasta los pies o hasta las rodillas. Sumérgete más y más en la Palabra viva de Dios.

4. Guarda silencio después de leer y espera. El Señor quiere despertar en ti cosas nuevas, cosas únicas que nadie ha oído ni conocido.

Daniel 9:3 (RVR 1960)
“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza”. 

Joel 2:12 (RVR 1960)
“Por eso pues, ahora, dice el Señor, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento”. 

La tercera base en nuestro entrenamiento para este tiempo será el ayuno. Vuelve tu rostro al Señor en ayuno con:

1. intención: que sea una determinación firme en tu corazón el buscarle y el seguirle.

2. ruego: esto es, clamor permanente.

3. cilicio y ceniza: esta figura implica aflicción, dolor. Te anuncio que no va a ser fácil darle muerte a esta carne (cuerpo físico) mientras ayunas, así como no fue fácil atravesar la última fase de los peldaños rotos de la escalera de mi sueño que parecía proyectarse al infinito, ni fueron fáciles las bases de entrenamiento una vez llegamos. 

4. todo el corazón: de manera sincera y transparente. 

5. lloro y lamento: debe dolerme la pobreza de la condición espiritual de mi alma con el fin de buscarlo (a Dios) con plena decisión y determinación. 

¡Es tiempo para entrenarte! 

No languidezcas de debilidad ni de frío en tu ser interior (especialmente ahora que entras en general en este período de vacaciones decembrinas -con todo lo que ello implica-). Sé juicioso para entrenarte y no abandonar al Señor. Como bien nos han enseñado en la iglesia, no hay tal cosa como “vacaciones espirituales”; de modo que haz de este fin de año 2018 y comienzo de año 2019 un tiempo para subir las escalas hacia el cielo (Proverbios 4:18 “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”) como las vi en mi sueño; y no te opongas al entrenamiento, como yo inicialmente lo hice al hablarle a Kike. Que no haya nada en ti que se oponga ni se resista a los caminos del Señor. Puede que ahora te veas tan solo como un pajarito, pero llegará el día en que volarás como toda una águila de Dios.

Para finalizar, recuerda que es muy fácil detenerse, distraerse y perder el rumbo de este precioso entrenamiento que nos quiere dar el Señor. En el salón de cine que quedaba a mitad de camino, más del 70%-80% de las niñas se quedaron viendo una película, mientras que unas pocas salimos a continuar con la travesía hacia los cielos. Te pido en el nombre del Señor Jesucristo: ¡no te distraigas!, ¡no te quedes! Sé alguien diferente a todos los demás: bendito, santo y apartado para la Gloria de nuestro buen Dios. A la postre, Él va a revestirte gratuitamente con vestiduras vivas, brillantes y preciosas que nunca has visto ni conocido.

¡Cuántas cosas hermosas -aún desconocidas- nos esperan a quienes sufrimos con paciencia el entrenamiento como buenos soldados de Jesucristo! (2 Timoteo 2:3).

Que Dios te bendiga. 

Andrea Suárez Salazar

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