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(Tiempo estimado: 10 – 12 minutos)

Ya llevo gritando por la vida un poco más de un mes y aún no se me agotan ni las palabras ni la inspiración. De hecho, cada vez que pienso en los comentarios que recibo de quienes se sienten bendecidos por causa de mis publicaciones, me siento más motivada por el Señor para seguir escribiendo. ¡Gloria a Dios por el regalo de la escritura y por los hermosos encuentros con Su Presencia mientras escribo!

En esta oportunidad, quiero presentarte una entrada que he titulado “¿Un grito terminal?”. Es la cuarta publicación adaptada de un trabajo teórico-literario inicial que estoy transformando lentamente en formato blog, así que te invito a leer las anteriores (en caso de que aún no lo hayas hecho): Grito por la vida, Alguien gritó por la vida y Un grito muy personal.

Hace unos días te expliqué la diferencia entre los conceptos persona individuo y te di una corta introducción al asunto de la despersonalización. Recuerdo que te hablé un poco acerca de lo grave que es para un ser humano comenzar a sentir que está dejando de ser persona y se está convirtiendo en individuo; de modo que hoy estamos preparados para profundizar en la despersonalización como un evento de ruptura que se da en el mundo íntimo de un ser humano y que está caracterizado por cuatro síntomas mortales: el desencanto, la depresión, la soledad y la negación al amor de Dios

Comencemos. 

De la despersonalización al suicidio hay un solo paso. 

El proceso de despersonalización es una construcción mental, psicológica, emocional, afectiva e intelectual que hace la persona de manera consciente e inconsciente a lo largo de un sustancial período de su vida. Puede tardar años, pero casi siempre logra su más mortífero objetivo (el suicidio) de no identificar los síntomas y tratarlos a tiempo. La despersonalización es, en esencia, una enfermedad terminal del corazón.

El corazón es con seguridad el órgano emocional más importante de los seres humanos, pues allí se entretejen miles de funciones que nos permiten darle sentido a todo lo que vivimos. No obstante, no hay nada más contradictorio, perverso y engañoso que él, según lo afirma el Señor a través del profeta en Jeremías 17:9“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (RVR 1960).  

La mente racional tiene muy poco que ver con esta construcción interior de la posibilidad de autodestrucción: la dicotomía emocional/racional es una relación bastante diferente, como lo afirmaba David Goleman en su libro Inteligencia Emocional: “saber que algo está bien ‘en el corazón de uno’ es una clase de convicción diferente -en cierto modo una clase de certidumbre más profunda- que pensar lo mismo de la mente racional”; queriendo decir con esto que cuánto más intenso el sentimiento, más dominante se vuelve la mente emocional y más ineficaz la racional. 

Despersonalizarse es entonces hacer un tránsito en el mundo de la subjetividad del concepto de persona al concepto de individuoPersona entendida como la existencia compleja que se proyecta hacia los otros y se hace en sí misma, que tiene un sentido para sí y para un grupo social, que se reconoce amada, aceptada, completa y en continua construcción. Individuo entendido como existencia biológica, particular, individualizada, sistematizada y fácilmente reemplazable; que puede ser contada dentro de una especie y que no tiene un valor distinto al de ser parte de un grupo más o menos homogéneo, pero en todo caso, uno en millones.  

Desencanto, depresión y soledad

Perder el encanto por la vida, así como sentirse permanentemente triste y solo son factores que fortalecen el proceso de despersonalización y por ende, del comportamiento suicida.  

El desencanto es la pérdida de las ilusiones y las esperanzas de un ser humano. El desinterés por la propia vida, la falta de sueños personales y la carencia de razones para estudiar, trabajar, relacionarse y fijarse metas a corto, mediano y a largo plazo son algunas de las manifestaciones del síntoma mortal del desencanto; una fase inicial de la enfermedad terminal de la despersonalización.   

La depresión es un estado de continuo “autoenjuiciamiento”. Se da por el rechazo profundo hacia la propia vida y gana más espacio en el corazón por la recriminación permanente a sí mismo, por la inconformidad insoportable de ser uno mismo: “¿Por qué soy así?”“Me odio”. La depresión es una sentencia de un alcance autodestructivo increíble.

La soledad, por su parte, predispone al suicidio de una manera mortal. Miguel de Zubiría lo explica bien en su libro Cómo prevenir la soledad, la depresión y el suicidio en niños y jóvenes, al afirmar que: “El problema es sentirse solo. Uno puede estar rodeado de mucha gente y sin embargo sentirse solo, es decir, incapaz de crear o de mantener vínculos gratificantes con compañeros, amigos y otras personas, y de participar de sus grupos”.  De acuerdo con esto, el sentimiento de soledad es algo así como el cianuro: se bebe lentamente, pero anuncia una muerte segura.

¡Qué formula tan terrible es esta mezcla de desencanto, depresión y soledad! ¿No lo crees? Si somos hijos amados de un Padre Todopoderoso como nuestro Dios, pienso que no nos deberíamos dar esos tiempos ‘vacacionales’ de tristeza y soledad. Todo lo contrario: deberíamos vivir gozosos en la certeza de que Dios nos ha dado no solo una identidad como hijos, sino que además nos ha equipado con un propósito terrenal y también un destino eterno: estar en Su Santa Presencia para siempre. 

Ahora piensa en algo: dejar de ser persona no se da solamente por sentirse desencantado, ni deprimido ni solo, pues muchos de nosotros pasamos por estaciones frías y duras en la vida y no necesariamente nos despersonalizamos ni estamos en peligro de experimentar o sufrir una conducta suicida, ¿no es así? ¿cómo justificar entonces este grito terminal? 

Despersonalizarse no es un fenómeno de ruptura tan sencillo de explicar: no es tan solo la mezcla de ingredientes mortales en cantidades específicas, como lo son los sentimientos de aburrimiento, tristeza, nostalgia, abatimiento, agotamiento o melancolía. Despersonalizarse es sobretodo renunciar, y no a cualquier cosa, sino renunciar al amor de Dios

Negarse al amor de Dios es dejar de ser persona. 

Un ser humano puede no estar satisfecho con muchas cosas en su vida y sin embargo, luchar por ella y darle sentido para transformarla de manera permanente. Un ser humano puede haberlo perdido todo: su salud, su estabilidad económica, su familia y hasta sus amigos; y sin embargo continuar con la aventura de la vida. La historia está llena de casos como estos, valientes guerreros de la historia y de toda la humanidad que en medio del desastre, el miedo y el dolor, hallaron una nueva manera de salir adelante y resignificar el sentido de su existencia en la tierra. Casi que podríamos afirmar que la historia se ha escrito por mano de estas personas: esforzadas y creyentes, con un profundo sentido de pertenencia a Dios, al mundo y con una identificación total por la vida. Es mentira entonces que el suicidio sea resultado tan solo de esos factores psicológicos, sociales y culturales.

En el estudio de caso aquí presentado; es decir, en el caso de mi padre, se evidencia una renuncia abierta al amor de Dios, a la vida y como consecuencia a ser persona. Mi padre se negó a sentirse amado por el Señor y decidió deliberadamente no continuar gritando por su vida. Mi papá estaba enfermo de un grito terminal y a tal punto llegó a despersonalizarse que se desprendió de todo lo que en algún momento lo unió al sentido de vivir. ¿Lo entiendes mejor ahora? Dejar de gritar por la vida es abrirle paso a la muerte. Dejar de gritar por la vida -por raro que suene- es dejar de existir así biológicamente se siga ‘existiendo’.

Ahora para mí es más fácil comprender lo que le sucedió a mi padre: desistió. Se negó al amor de Dios y dejó de ser.  Tan sencillo y tan terrible: dejó de ser. Cesaron los gritos y la lucha, y triunfantes se levantaron el desencanto, la depresión y la soledad poniendo su bandera de victoria: la negación al amor de Dios. Tan profundamente cierto que de solo escribirlo siento escalofrío.

“Desistir” es el nombre que precisamente titula la carta que dejó mi padre antes de hacer efectiva su muerte el pasado 29 de junio del 2005 -dos días después de haber tomado la irreversible decisión de negarse al amor de Dios-. En este último fragmento del documento original de cuatro hojas la persona explica de manera resumida su proceso de despersonalización:

“Hoy, 27 de junio del 2005, siendo las 10:52 pm tomo la decisión de finiquitar mi existencia. No hay nada que pueda impedir que lo haga efectivo puesto que he decidido no seguir luchando. Agradezco a toda mi familia, mis hermanos, sobrinos y a mis dos hijas por todo el amor, el cariño y la compañía que me han prodigado todos estos años de dificultades. Jamás sabré cómo agradecerles todo lo que hicieron por mí. Sé que podrán salir adelante sin mí. Todos son muy capaces, inteligentes y fuertes, así que espero que tomen esto como una experiencia más de sus vidas”.

Nada que hacer. La decisión está tomada. El grito por la vida ha cesado y solo quedan dos días para despedirse, ajustar cuentas, alistar todo e irse. Ya todo está ‘calmado’ en el corazón y parece haberse ido el ruido y la pesadez del alma. Ya es individuo y no persona, es uno en millones… una milésima parte de la especie que no hará falta. No es el universo para nada y para nadie, así como nada ni nadie es su universo. 

29 de junio del 2005, 3 pm: el proceso de despersonalización ha terminado. El cianuro emocional de este grito terminal ha cumplido cabalmente su objetivo.





Agradezco que hayas terminado de leer este grito terminal. Sé que hoy te di un final muy triste, pero recuerda que aún no he terminado de gritar por la vida. Vas ver que nuevas esperanzas vienen en las siguientes publicaciones, pues hay muchas cosas en las cuales seguir meditando.

No te pierdas prontamente la cura para este grito terminal: ¡Grandes y abundantes fuentes de vida se acercan!

Dios te bendiga. 

Andrea Suárez Salazar

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