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(Tiempo estimado: 8 – 10 minutos)

Me acerco a la puerta de mi casa y, como si de la nada surgiera mi deseo, veo la puerta del tabernáculo de Moisés: figura de Jesús en el Antiguo Pacto. Nunca había abierto esa puerta con tanta solemnidad antes del confinamiento, así como nunca había sentido que abriéndola a ella, lo abro a Él, entro por Él y salgo por Él. Me siento salva en casa y hallo pastos que cubren el piso de madera lacada que tanto me gustan [1]. Es realmente mi casa, mi templo, mi tabernáculo.

Cruzada la puerta, entro al atrio: ese antes poco explorado mundo de la cocina. Me sorprende ver cuán poco sé de mi propia cocina… un verdadero altar de bronce que imponente me invita todos los días a cenar. Ollas, sartenes, platos, pocillos y cubiertos cobran ahora un nuevo sentido: el de preparar exquisitos –y a la vez dolorosos– sacrificios de sangre delante de mi Dios. ¡Qué dolor siente mi alma al observar el humo que de la carne sale al ser quemada, y a la vez qué esperanza tan consoladora el saber que mi maldad y mi pecado son calcinados por el fuego en Cristo!

Observo mis manos sacerdotales sucias de una extraña mezcla de sangre, pelos de cabra y carbón, y corro a la fuente de bronce que se esconde en mi baño, que queda justo al lado de la cocina, también en el atrio. Allí, ríos de agua viva me reciben en la ducha para penetrar mi alma [2], con el propósito de santificarme y purificarme, mientras me lava mi buen Dios con nuevos pensamientos de Su Santa Palabra [3]. ¡Qué buen baño! Ahora que estoy limpia [4], me observo en el espejo de bronce de la gran fuente… majestuosa obra artesanal de las mujeres que con espejos la construyeron.

Carbunclo, topacio, piedra sárdica, diamante, zafiro, esmeralda, amatista, ágata, jacinto, jaspe, ónice y berilo. Están listas las joyas para completar mi vestimenta de bata blanca, efod y cinto de lino fino. ¡Cuán privilegiada me siento en mi casa, con mi traje suntuoso e inmerecedora de tan espléndida hermosura! Sería lindo poder detener el tiempo y quedarme allí erguida, engalanada de Jesús de pies a cabeza: el gran sumo sacerdote de mi templo. Pero no. El estruendoso ruido de mi celular insiste en entorpecer mi ceremonioso momento con el mensaje desesperado del toque de queda. Me doy cuenta de que me quedaré encerrada en casa, y el bien y la misericordia me seguirán por mucho tiempo en la soledad de mi aposento… ¿acaso importa el toque de queda? Mi aventura sacerdotal apenas comienza y sé que en la casa de mi Dios habitaré por largos días [5]. No hay problema.

Salgo del baño preparada para mis oficios en el lugar santo de mi sala, que es una suerte de ambiente con funcionalidad triple: sala, comedor y biblioteca. Solo los que han venido a mi santuario saben bien a qué me refiero. Como sea, pongo los panes de la proposición en la mesa de mi comedor azul y, a pesar de mi torpeza de novata, logro encuadrarlos prolijamente en dos columnas de a seis cada una. La cena está servida. Prendo la menorá de mi lámpara esquinera que decora el ambiente cerrado en tres tonos de luz, y que pacífica y románticamente se pasean por mi lugar dorado de paz… en verdad es mi casa, mi lugar santo en mi tabernáculo. Trato de pensar en los detalles para no olvidar ninguno, y cuál mujer enamorada que prepara la cena de aniversario para el dueño de su corazón, recuerdo que falta una esencia aromática que llene el ambiente: incienso. Me acerco al altar y procuro entender el porqué de sus cuatro cuernos en cada esquina. Tal vez algún día lo sepa. Por ahora importa encender el incienso con esmero y hacer lo mejor que puedo por no quemar el velo que detrás se vislumbra para ser abierto.

Mi sala tiene una arquitectura especial. La verdad no tengo ni idea a quien se le ocurriría poner un vidrio de techo a piso que separa el gran espacio santo de mi habitación; pero allí está, cubierto de una cortina gruesa por la cual no pagué, que puedo subir cada vez que quiero que el día se entrometa alegremente en el lugar más bien oscuro de mi casa. Una arquitectura especialmente pensada para mí… no tengo duda.

Se hace ya de noche y el ruido de los carros de la alcaldía que anuncian el toque de queda intenta arruinar mi experiencia. No lo logran. Insisto en mi corazón en destruir su plan y me concentro en el velo. Nuevamente hay silencio mientras observo el velo y siento la fragancia del incienso invadir con sutileza cada rincón de mi templo. Ahora sí, el tiempo se detiene. A las 7pm se rasga el velo de arriba abajo y la tierra tiembla partiendo las piedras [6]. Soy consciente de cuán amada soy y me lleno de temor reverente al escuchar la voz de mi amado invitándome a su lecho. – “¿Yo, Señor? No soy digna de entrar al lugar santísimo de tu presencia”. Simplemente no soy capaz de moverme, pero hago un esfuerzo intencionado por obedecer. Sé que en cualquier momento puedo caer muerta, pero también sé que ha llegado la noche y es tiempo de dormir. Empiezo a mecerme de un lado a otro sonando las campanillas y las granadas que cuelgan en la parte más baja de mi traje, y con el corazón latiendo acelerado, me aproximo a cruzar el velo hacia el lugar santísimo de mi alcoba.

Ya estoy adentro y no sé muy bien qué hacer o cómo comportarme. Intento nuevamente recordar todos los detalles y el entrenamiento, pero el aire que se respira es tan santo e inexplicable que me quedo sin aliento. Nadie me había preparado antes para ello. Solo me tabaleo de un lado a otro tratando de que el ruido de aquellas pequeñas piezas sonoras no cese y levanto mi pie derecho para cerciorarme de que sigue atado a la gran cuerda pesada, que no quiero que se use. Solo me tabaleo y respiro. No puedo hacer nada más… ni siquiera abrir los ojos. Me tabaleo y respiro.

Nunca había abierto la puerta de mi alcoba con tanta solemnidad antes del confinamiento, así como nunca había sentido que podría caer muerta de amor sobre mi propia cama. De verdad que eso nunca había pasado, así que tengo una deuda de gratitud muy grande con esa cuarentena que ralentizó mi tiempo y la forma en la que ahora habito mi propia casa. Un momento… aún no he abierto mis ojos. Pienso en la valentía que se requiere para abrirlos en un lugar tan excelso y sublime como en el que me encuentro, y nuevamente me acobardo para abrirlos y ver su poder y su gloria en el santuario de mi aposento secreto[7].

De oídas te había oído, Señor; y la verdad es que nadie me preparó para entrar de esta manera a mi habitación, por lo que es “normal” que me sienta un poco asustada[8]. Ayúdame a ver el arca de tu pacto muy en la esquina de mi cuarto, en aquel baúl que por generaciones ha viajado hasta encontrarme. Que tu Santa Palabra escrita en las piedras que diste a Moisés, el maná con el que alimentaste al pueblo de Israel en su travesía hacia la tierra prometida y la vara de Aarón que reverdece, ya no sean para mí un misterio; y que esta, mi casa, mi tabernáculo, sea la partecita del cielo en la que me escondo un poquito, por un momento, mientras pasa la indignación del coronavirus[9].


[1] Juan 10:9 “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. (RVR 1960)

[2] Juan 7:38 “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. (RVR 1960)

[3] Efesios 5:26 “para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra”. (RVR 1960)

[4] Juan 15:3 “Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado”. (RVR 1960)

[5] Salmos 23:6 “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”. (RVR 1960)

[6] Mateo 27:51 “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”. (RVR 1960)

[7] Salmos 63:2 “Para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario”. (RVR 1960)

[8] Job 42:5 “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”. (RVR 1960)

[9] Isaías 26:20 “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación”. (RVR 1960)


Si prefieres algo más audiovisual, a continuación podrás ver el video del texto leído por mí:

Si deseas, también puedes descargar el escrito en su versión en PDF aquí:


Finalmente, quiero darle las gracias y la gloria a mi buen Dios, el sumo sacerdote de mi tabernáculo, por haberme permitido ganar con este texto el concurso de escritura creativa que hizo la universidad para la cual trabajo: Universidad Autónoma de Manizales.

¡Toda la Gloria sea para ti, Señor!

Andrea Suárez Salazar

8 Replies to “Mi tabernáculo: historia de confinamiento”

  1. Excelente!!, me sentía leyendo el corazón de la artista, me devolví a ver la fecha, felicitaciones, empieza a gustarme la escritura creativa, pienso, no sé, que tal aprovechar tu conocimiento en otros idiomas y traducirlo para que el planeta lo conozca!!!

    1. Hola César,

      Muchas gracias por tu comentario. Siempre tan gentil y especial con tus palabras sobre lo que escribo. Tengo algunos textos en inglés y en francés, pero aún no me atrevo. Tal vez más adelante.

      Bendiciones para ti.

    1. Gracias por tu comentario, Andrés. Me complace saber que te gustó y espero que haya sido de bendición para tu vida.

      Un abrazo.

  2. Excelente y glorioso! Pude imaginarme y tratar de sentir cada momento tan santo y sublime descrito. La esencia de Dios se encuentra aquí. Fue de mucha bendición!

    1. ¡Qué linda, Sabine! Muchas gracias por tu comentario. Me complace saber que fue de bendición para ti.

      Un abrazo.

  3. Andre, hermoso escrito que recrea la realidad del tabernáculo en nuestra vida y cómo el Señor quiere que lo vivamos en medio de nuestra cotidianidad.
    Dios te bendiga

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