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(Tiempo estimado: 6 – 8 minutos)

Ese día llevaba una falda larga preciosa y unos tacones beige con azul oscuro que me había regalado mi tía. Me sentía muy cansada después de una larga jornada de trabajo y tomé el bus hacia mi casa después de las 6pm. Al llegar, me bajé como de costumbre en la misma esquina solitaria de mi conjunto y comencé a bajar la pendiente valientemente como siempre lo hacía cuando usaba tacones: simulando que los pies no dolían. Logré sostenerme la mentira por unos 20 ó 30 pasos, hasta que pensé que la mejor decisión sería quitármelos y tirarlos lejos… no lo hice. ¿Cómo podría seguir caminando descalza sobre el asfalto mojado por el equivalente a otras tres cuadras? De solo pensarlo, continué aguantando el dolor y aumentando la velocidad para llegar a casa lo más pronto posible. ¡Qué sensación tan horrible! Era un sufrimiento espantoso que contradictoriamente debía continuar si deseaba realmente que parara. 

Mientras sentía el dolor en mis pies con cada paso, tuve una especie de visión que no se ha esfumado de mi cabeza a pesar de los ya casi 15 años del penoso evento. Vi a mi papá caer de un edificio de diez pisos y al momento de tocar el suelo, observé abrirse una clase de puerta que hizo que siguiera cayendo en una eternidad rara que no conozco. Era una caída eterna que no se detenía, y la sensación de mis pies adoloridos de algún modo me decía que esa eternidad era horriblemente verdadera. Honestamente no sé de qué otro modo explicar lo inexplicable de esa visión que tuve mientras sufría de una angustiosa caminata que no parecía tener fin. 

Recuerdo haber tenido una sensación espantosa del infierno. ¿Sería verdad que todo aquel que termina con su vida va al infierno? y si fuera real… ¿mi papá estaría allí? o ¿habrían de algún modo valido las cosas buenas que hizo en vida y le habrían sido contadas como dignas para escapar de ese lago que arde en fuego y azufre? Muchas preguntas para una mente que hacía poco había dejado de pensar en el trabajo y se decía con insistencia a sí misma que para evitar el dolor debía caminar aún más rápido. Muchos interrogantes desordenados en mi cabeza.

Robo

Tuve por muchísimo tiempo la sensación de que mi papá me había robado al suicidarse. Su muerte fue algo que yo no elegí vivir, pero que de alguna manera él se sintió en el derecho legal de elegirlo por mí. Sentí por largos días que él me había robado mi derecho a darle alegrías de hija, que me había quitado mi sueño de tomarme las fotos oficiales de mis graduaciones con él, de celebrar mis cumpleaños y los suyos, así como de contarle acerca de mis entrevistas de trabajo, mis estudios y otros logros. Sentí que había decidido por mí y que no me había quedado más opción que aceptar su decisión: una que finiquitó toda posibilidad de cumplir los deseos genuinos de una hija en relación con su padre.

Que se haya lanzado de esa altura me tomó por sorpresa y fue una sorpresa que no me gustó, una con la que nunca quise ser sorprendida. Su muerte se acercó a mí como un ladrón que viene en la noche; alguien que llega cuando uno menos lo espera y así de simple, te cambia la vida para siempre. No obstante, la clase de sorpresa que tengo ahora es pensar en hasta qué punto puede impactar una vida la decisión de otro. Su suicidio pasó fuera de mí y lo que sucedió fue, sin lugar a dudas, algo que no soy yo y que nunca fue mío realmente… exterioridad, alteridad y alienación, en palabras de Jorge Larrosa. 

Estuve molesta por tan escandaloso atraco por más de seis meses. Muchas veces quise levantarlo de la tumba para cuestionarlo y reclamarle mis derechos, pero sabía que era inútil porque los muertos no pueden responder preguntas ni cumplir ninguna clase de peticiones. Me había dejado encartada con una tempestad interna de indignación, rabia, impotencia y depresión, una mezcla casi mortal que ahogué por mucho tiempo en terapias psicológicas, consejerías y medicamentos de todo tipo. Ahora todo eso es parte de mi pasado. Ya no siento más dolor.

Aquí estoy ahora como ese sujeto que es capaz de dejar que cosas le pasen. Mi experiencia se ha vuelto una fuente inagotable de inspiración, ideas y nuevas combinaciones de palabras a lo largo de los años. He presentado mi vulnerabilidad y sensibilidad de varias formas, gracias a que me he atrevido a abrirme y exponerme de manera sincera en muchos textos. Escribir ha sido mi forma de procesar esas desazones del ayer y me ha funcionado de maravilla.

Deuda 

Debo aclarar que no ha sido la escritura a quien le adeudo mi transformación. He recibido una suerte de herencia espiritual, emocional e intelectual que disfruto mucho cada día; y es el haber descubierto a Dios como padre. La verdad es que no sé qué habría sido de mí si la gracia de mi papá Dios no me hubiera alcanzado en el filo de mi enojo que me atraía hacia al abismo. No sé qué habría yo encontrado al final del acantilado y hoy tengo mil razones para agradecerle por haberse revelado a mi corazón como mi verdadero padre. Con el tiempo y con su ayuda, pude sentir compasión por mi padre biológico y lo perdoné de todo mi corazón. Entendí que no soy quien para juzgar su desvarío, y simplemente me hice a un lado de todo el asunto. El juicio no es mi responsabilidad y creo que alejarme de tan terrible tribunal fue la mejor decisión que pude haber tomado.

Sí, es cierto que sentía que mi padre me había robado, pero ahora sé que no me debe nada. Y no solo no me debe, sino que de alguna manera soy yo quien ha quedado en deuda. Pero no con él, sino con el Señor. Su vida fue puesta por mí para que llegara yo a conocer al Padre más perfecto y real que puede existir, y ahora tengo una deuda de gratitud muy grande por causa de ese suicidio que finalmente sí cambió mi vida para siempre. Mis aparentes certezas sobre la vida y la muerte fueron rotas, la miopía con la que veía el mundo ha menguado notablemente y las huellas del amor han marcado profundamente mi corazón. Esta es la clase de deuda que tengo ahora, y esta sí me gusta mucho.

Andrea Suárez Salazar

4 Replies to “Dolor de pies”

    1. Hola Daniela,

      Muchas gracias por tu comentario. Me alegra que mi experiencia te haya gustado y tocado tu corazón.

      Bendiciones.

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