Me sumerjo en El Mar
y nado allí sin pensar:
ocho metros al oriente
y otros ocho al occidente.
Me sumerjo nuevamente
hablo con sinceridad,
me sorprende intensamente
esa gran profundidad.
De repente abro los ojos
y me encuentro en un tazón,
un enorme Mar de bronce:
el lavacro de Salomón.
¡Qué sorpresa! ¡Qué delicia!
Tu pureza me acaricia.
Tú renuevas hoy mi mente
y sustentas bien mi suerte.
Es un gozo allí nadar
y en tu Palabra meditar.
No sabía que un tazón
podría cambiar mi corazón.
¡Oh, sí… es El Mar:
el lavacro de Salomón!
Gracias, Dios, por enseñarme
y quitarme el armazón.
Versículos de referencia: 1 Crónicas 18:8, 1 Reyes 7:23-26, 2 Reyes 25:13, Jeremías 52:17.