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Hoy declaro en voz alta y digo
a la herida de batalla:
“¡Soy soldado de guerra!”,
a la fuerte turbulencia:
“¡Soy piloto de tormenta!”,
a la mirada hiriente:
“¡Soy prudencia decente!”,
y a la cerviz más dura:
“¡Soy de Dios hechura,
y he aquí sus manos
ajustando mi armadura!”
.

Decido hoy no acobardarme
ni al enemigo ceder un sólo ápice.
No cederé terreno después de este desierto,
de este largo campamento,
de este silente tormento.

Aquí me aferro a los cuernos del altar
sabiendo bien que en mi debilidad
tendré yo gloria y verdad.
Tendré gozo y mucha paz.
Se irá por siempre la ansiedad.

¡Gracias, Señor!
Debería yo incluir la gratitud como la máxima porción de mi lírica rítmica;
y morir aquí contigo mientras se desborda de agradecimiento mi alma.
¡Que no pare, Jesús, que se desborde como un río!
¡Que corra, que fluya en un continuo:
“gracias”, “gracias”, “gracias”,
“por siempre gracias”.

¿Qué haría yo sin poesía?
Me ahogaría siempre
en tontos sollozos y lamentos.
Me partiría el alma,
de continuo huiría,
en doloroso silencio
y muy lejos de tu pecho.

¡Arriba, poesía!
¡Siempre listos en mis labios,
los invoco hoy, oh, dulces versos!
¡Despierten y no cesen!
¡Canten!
¡No se silencien!
Una hija de Dios los necesita
para sanar hoy una herida:
una herida de batalla
que sana con poesía.

Andrea Suárez Salazar

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