Quiero darte en este día un saludo muy especial y decirte que me siento muy complacida por el hecho de poder escribir nuevamente en este medio. En esta ocasión me gustaría presentarte algunos pensamientos que el Señor me ha regalado acerca de un tema que es de vital importancia en mi vida cotidiana y en mi caminar con el Señor: cómo tener un corazón sano.
Lo primero que debemos aclarar es que cuando hablamos de “sanidad”, nos estamos refiriendo a un estado de los seres humanos que gozan de “buena salud”; esto quiere decir que todo lo que sea contrario a esta idea significa, necesariamente, estar “enfermos” o “heridos”.
Así como nuestro cuerpo físico puede gozar de buena salud, de enfermedad o de malestar; nuestro ser interior también puede gozar de buena salud, enfermedad o malestar. De la misma manera en que nuestro cuerpo responde adecuadamente para estudiar, trabajar, hacer deporte y estar activos mientras gozamos de buena salud; nuestro ser interior también responde adecuadamente para conocer al Señor, relacionarnos con Él, orar, interceder, ayunar y ser útiles en el Reino de Dios.
Dios quiere que podamos disfrutar de buena salud tanto en lo físico como en lo espiritual. Veamos:
¿Qué es una herida?
Una herida es una lesión que rompe la piel u otros tejidos del cuerpo. Es un término general que se refiere al daño causado por accidentes, caídas, golpes, quemaduras, armas y otras causas. Dentro de los tipos de heridas podríamos incluir cortaduras, arañazos y picaduras en la piel, las cuales suelen ocurrir como resultado de un accidente o de una circunstancia inusual en la vida. Ahora bien, las incisiones quirúrgicas, las suturas y los puntos -así sean planeados y realizados dentro de un tratamiento médico- también son considerados como heridas.
Así como sucede en lo natural con nuestro cuerpo físico, también sucede a nivel emocional y espiritual. Hoy quiero mostrarte que una herida emocional es una lesión que rompe parte de mi ser interior, que lo fragmenta. Es un daño en mi corazón que puede ser causado por muchos factores; entre ellos: mis experiencias pasadas, mis propios errores o pecados, las actitudes o reacciones de mis seres queridos frente a mí, la relación con mis amistades, vecinos o compañeros e incluso, por causa de Dios mismo. ¿Ves? Las heridas del corazón son muy diversas y pueden tener multitud de causas, factores de riesgo y tratamientos.
¿Qué tan fácil o difícil es hacerse una herida?
Es muy fácil, pues son muchas las razones por las cuales puedo resultar herido. Así como un médico en lo natural puede hacer un chequeo general de mi cuerpo y emitir un diagnóstico, de la misma manera el Señor hace de manera constante chequeos generales en mi interior y emite un diagnóstico.
Salmo 139:23 (RVR 1960)
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos”.
¿Cuál es el diagnóstico que Dios hace de mi estado de salud emocional?
Isaías 1:5-6 (NVI)
“¿Para qué recibir más golpes? ¿Para qué insistir en la rebelión? Toda su cabeza está herida, todo su corazón está enfermo. Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones, y llagas abiertas, que no les han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite”.
Isaías 1:5-6 (RVR 1960)
“¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”.
Según este versículo, todo nuestro ser interior está profundamente herido y enfermo mucho más allá de lo que podríamos imaginar. El mero hecho de nacer separados de Dios es ya causa suficiente como para estar muy heridos y muy enfermos, lo cual quiere decir que, aunque nuestra vida haya sido aparentemente “perfecta”, a la luz de La Palabra de Dios, ya estamos muy mal desde la planta del pie hasta la coronilla. Estudiemos con mayor profundidad este versículo:
“Toda su cabeza está herida, todo su corazón está enfermo”.
Con respecto a esta parte del versículo, pienso en la dicotomía entre los pensamientos (cabeza) y los sentimientos (corazón). El Señor nos está hablando directamente de lo que “pensamos” y de lo que “sentimos” y nos está diciendo que tanto lo uno como lo otro está enfermo y herido. Tener pensamientos negativos o de maldad, así como tener sentimientos inclinados a la tristeza, la depresión o a otro tipo de conductas es suficiente evidencia de ese hecho contundente afirmado en La Palabra del Señor: estamos heridos y enfermos en nuestra cabeza y en nuestro corazón -así nos cueste trabajo entenderlo y creerlo-.
¿Qué querrá Dios que pase con nuestra mente y con nuestro corazón que están heridos y enfermos?
Efesios 4:23 (RVR 1960)
“Y renovaos en el espíritu de vuestra mente”.
Él quiere renovar mi mente, lo cual quiere decir que quiere cambiar la naturaleza misma de mis pensamientos.
Ezequiel 36:26 (RVR 1960)
“Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”.
Jeremías 4:14 (RVR 1960)
“Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?”
De la misma manera en que hoy en día es posible realizar un trasplante de corazón, así mismo Dios nos quiere trasplantar el corazón de piedra que tenemos (terco, duro, testarudo y necio) y quiere poner en su lugar un corazón de carne (suave, tierno, receptivo y obediente). Además de eso, quiere lavarnos de toda maldad e iniquidad, pues Él desea profundamente la salvación de nuestras almas.
Heridas limpias y heridas sucias
Aunque pareciera ser una contradicción, la verdad es que, tanto en lo natural como en lo emocional, hay heridas limpias y heridas sucias. En este momento las estudiaremos desde el punto de vista espiritual. Veamos:
1. Las heridas limpias son las causadas por el Señor. Él es el buen cirujano del amor.
Proverbios 27:6 (RVR 1960)
“Fieles son las heridas del que ama, pero importunos los besos del que aborrece”.
2. Las heridas sucias son las causadas por el pecado, por mis propias malas decisiones, por otras personas y/o por las circunstancias. Estas heridas me hacen sentir terrible; pero además, tienen gravísimas consecuencias:
Proverbios 23:29-35 (NVI)
“¿De quién son los lamentos? ¿De quién los pesares? ¿De quién son los pleitos? ¿De quién las quejas? ¿De quién son las heridas gratuitas? ¿De quién los ojos morados? ¡Del que no suelta la botella de vino ni deja de probar licores! No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora. Tus ojos verán alucinaciones, y tu mente imaginará estupideces. Te parecerá estar durmiendo en alta mar, acostado sobre el mástil mayor. Y dirás: Me han herido, pero no me duele. Me han golpeado, pero no lo siento. ¿Cuándo despertaré de este sueño para ir a buscar otro trago?”.
¿Cuáles son los síntomas o las evidencias de que mi cabeza y mi corazón están realmente tan enfermos?
La respuesta la podemos encontrar allí mismo en Isaías 1:5-6 (NVI): “Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones, y llagas abiertas”. ¿Cómo así? Veamos qué es lo que el Señor nos quiere decir con esto:
Un moretón o hematoma, en lo natural,es una marca causada por la presencia de sangre atrapada debajo de la superficie de la piel. Ocurre cuando una lesión rompe los vasos sanguíneos pequeños, pero no alcanza a romper la piel porque estos vasos se abren y dejan salir la sangre por debajo. Por lo general, los moretones suelen ser dolorosos e hinchados y su desaparición puede llevar incluso meses -aunque la mayoría dura aproximadamente dos semanas-. Normalmente comienzan con un color rojizo que luego se torna azul violáceo y amarillo verdoso; antes de volver a su coloración normal.
En lo físico, un moretón duele cuando se le toca o se le presiona contra algo, ¿no es cierto? Si yo no lo toco, puede que no me duela; pero si lo toco, inmediatamente sé que allí está. Un moretón emocional es toda lesión en mi ser interior -aparentemente insignificante- que normalmente no siento y que creo que no me afecta, pero cuando pasa algo, inmediatamente se activa y duele.
Hay cosas del ayer que creo que ya superé y vivo como si ya estuviesen resueltas, pero la verdad es que se activan cuando algo específico sucede. De allí que sea tan importante el asegurarme de que en verdad continúe el curso normal del proceso y que pueda ser total y definitivamente sano.
Por esto te digo hoy: si un moretón -a nivel emocional- todavía te duele es porque sencillamente no has sido completamente sano. Tremendo. Yo misma estoy siendo confrontada por esto en este mismo momento.
Ahora pregúntate: ¿cuáles moretones hay en tu vida? De ser necesario, haz una pausa en este momento y medita con el Señor acerca de los moretones de tu alma.
Una llaga es una herida abierta de la piel o de las mucosas de una persona o animal, con pérdida de sustancia de tejido orgánico. Hay muchos tipos de llagas y heridas, tales como las quemaduras, las dislocaciones o luxaciones, las fracturas e incluso, las torceduras. Veamos:
Una quemadura es una lesión en los tejidos del cuerpo causada por el calor, sustancias químicas, electricidad, el sol o radiaciones. Otro tipo de quemadura es la causada por inhalación de humo o partículas tóxicas.
Existen tres tipos de quemaduras:
- De primer grado: dañan solamente la capa externa de la piel.
- De segundo grado: dañan la capa externa y la que se encuentra por debajo de ella.
- De tercer grado: dañan o destruyen la capa más profunda de la piel y los tejidos que se encuentran por debajo de ella.
Las quemaduras pueden causar hinchazón, ampollas, cicatrices y en los casos más severos, la pérdida del conocimiento y hasta la muerte. También pueden conducir a infecciones porque dañan la barrera protectora de la piel, que es el órgano más sensible que tenemos en lo natural. Si tenemos una lesión en la piel, el grado de sensibilidad y dolor puede ser más grande que cualquier otro dolor (pensemos por ejemplo en una cortada, o en un “chucito” que se nos mete en un dedo, o en un “uñero”. Parecieran ser cosas muy insignificantes, pero en realidad nos hacen sentir mucho dolor y desespero).
Al igual que con las quemaduras de nuestro cuerpo, sucede con nuestro corazón: podemos llegar a sufrir quemaduras grandes o pequeñas en nuestro interior que se vuelven profundamente dolorosas y nos hacen especialmente sensibles. En este sentido, quiero que pienses ahora en la siguiente pregunta: ¿cuáles quemaduras hay en tu alma? (La fornicación, por ejemplo, es un pecado que “quema” mi ser interior: 1 Corintios 7:9 (RVR 1960) “pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando”).
Medita en esto y no te tomes estas apreciaciones a la ligera.
Una dislocación o luxación es una lesión en las articulaciones que arranca los extremos de los huesos y los sacan de su posición. La causa suele ser una caída o un golpe y, algunas veces, una consecuencia de practicar un deporte de contacto. Pueden producirse dislocaciones en los tobillos, las rodillas, los hombros, la cadera, los codos, la mandíbula, e incluso en las articulaciones de los dedos de las manos y los pies.
Las articulaciones dislocadas suelen hincharse, doler y encontrarse fuera de lugar, por lo que puede suceder que no sea posible el movimiento. A nivel espiritual, una dislocación es todo lo que, por algún motivo, “se salió de su lugar”; es decir, “se salió de su diseño original”. Suelen ser episodios que lo cambiaron todo… cosas que sucedieron y que después de eso no volvimos a ser los mismos (porque se necesita una actuación espiritual para que ese “algo” pueda ser regresado a su lugar).
Medita entonces en lo siguiente: ¿cuáles dislocaciones hay en tu vida?, ¿qué evento o eventos hicieron que las cosas en tu vida cambiaran radicalmente?, ¿has tratado realmente esto con el Señor?
Proverbios 16:18 (RVR 1960)
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”.
Una fractura es una ruptura, generalmente en un hueso. Las fracturas en general ocurren debido a accidentes automovilísticos, caídas o lesiones deportivas, aunque también pueden ocurrir por la pérdida de masa ósea y la osteoporosis, que causa debilitamiento de los huesos. Los síntomas de una fractura son: dolor intenso, deformidad (la extremidad se ve fuera de lugar), hinchazón, hematomas o dolor alrededor de la herida, así como problemas al mover la extremidad.
Trata de responder ahora las siguientes preguntas en tu corazón: ¿cuáles fracturas almáticas hay en tu vida?, ¿qué sientes que se partió dentro de ti que es como si no pudiese ser reparado? Charla de esto con el Señor y tómate tu tiempo. No hay afán en este proceso de sanidad interior.
Una torcedura es la torsión o estiramiento de un ligamento (tejido que conecta los huesos de una articulación). Las caídas, las contorsiones o los golpes pueden causar torceduras en los tobillos y las muñecas, por ejemplo; y sus síntomas incluyen dolor, inflamación, hematomas e incapacidad para mover la articulación. Puedes sentir un chasquido o un desgarro cuando la lesión ocurre, pues las distensiones son músculos o tendones que se estiran mal o se rompen.
¿Sientes que algo en tu vida se ha extendido por más tiempo de lo normal y te ha causado mucho dolor?, ¿qué se ha “estirado” en tu corazón que no ha vuelto a su posición normal?. Es importante que pongas todas estas torceduras de tu alma delante del Señor en este momento.
¿A qué conclusión llegamos acerca de las heridas de nuestra alma?
Las heridas almáticas son más dolorosas que las físicas. Las físicas son temporales, pero las emocionales afectan la parte de mí que es eterna; es decir, mi ser interior:
Job 34:6 (RVR 1960)
“¿He de mentir yo contra mi razón? Dolorosa es mi herida sin haber hecho yo transgresión”.
Además, si estamos muy heridos y no entendemos el porqué, el peligro es que podemos llenarnos de reclamos y nos cerramos al Señor:
Job 9:17 (RVR 1909)
“Porque me ha quebrado con tempestad y ha aumentado mis heridas sin causa”.
¿Qué quiere hacer el Señor con mis heridas y mi enfermedad?
El Señor desea curarme: “no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”.
Salmo 147:3 (RVR 1960)
“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”.
¡Gracias, Señor, por querer sanar las heridas de nuestros corazones!
Eres nuestro mejor médico y en ti ponemos toda nuestra esperanza de tener un corazón realmente sano.