Te entrego mi mente, Señor, y este enredado nudo de pensamientos que llevo dentro.
Sé Tú el aceite que desenrede y aclare las ideas, dándoles forma de Cristo.
Que la multitud de mis meditaciones no se agolpe ni se autodestruya, Padre. Hay allí cosas valiosas que Tú mismo has inspirado.
En cambio, que se desborden como un río de palabras diáfanas y translúcidas… de aquellas que se riegan como un bálsamo sobre los silencios de un papel en blanco.
¡Que griten nuevos discursos, Señor, y que canten!
Mi musicalidad y lírica se quedan cortas cuando llegas.
Interrumpes el aliento; y cambias los respiros por suspiros, los gemidos por latidos lentos… cada vez más lentos.
¡Que mi vida entera sea tu pluma, oh, buen escribiente!
¡Que sea mi arma de batalla y mi mejor defensa en lo público!
Que se geste en ella, con elocuencia y sapiencia, la revelación más pura, pacífica y tranquila.
¡Que venga a ser la escritura mi balsa de rescate!
Que a pesar de la fuerte corriente de este río mental y su impetuosa caída de cascada,
que mi balsa textual no se rompa, no se dañe, no se quiebre, no se hunda.
¡Que mi ser y mi corazón enteros sean tu pluma, Señor; y que mis manos se muevan alegres siempre mientras escriben!