Entre la una y las tres
tuvo lugar un parto
de palabras duras y espesas,
maduras e intensas.
“¡Puja, puja!”
Mi corazón decía
con una voz endeble,
de sudor llena la frente.
Y a la cuenta de diez
sale el primer verso.
Se tejen,
entre las veladas de la noche,
el segundo y el tercero.
Del silencio a la palabra
hay tal vez un par de horas
de dolor,
trasnocho intenso;
vueltas y vueltas de luz tenue entre las cortinas
y lapiceros que se revuelcan entre las cobijas.
¡Un parto duro!
Brota maduro
el fruto dulce de la palabra
que no cabe en el afán del día;
la triste voz de la melancolía
cerrando así el viejo día.
Ciérranse los ojos,
despiértase el alma;
emprendiendo la carrera de los sueños
y los desvaríos de la noche profunda de la conciencia.
Puja adentro mi otra yo, de tantas muchas…
y vuelve soñando de nuevo,
las contracciones de un futuro prometido.
¡Y llega, por fin, el renacer del alba
con su luz diáfana, oh, brillante cielo!
Sale con él, llorando,
un bebé de recuerdos y pensamientos.
El duro parto de la noche se despide
con estruendoso llanto
del otrora papel en blanco.
Ahora está escrito y llorando,
listo para ser hallado y leído
por alguien a quien, tal vez,
la noche también le hable.
¿La locura? Puede ser.
Se esconde, a veces, errante
entre múltiples deseos.
¿La conciencia? Sí, tal vez.
Se desliza etérea entre los lamentos.
¿La alegría? Mucho mejor…
al ver el resultado del nuevo día:
el fruto maduro de un parto duro.
¡Gracias, Señor, por ser hoy madre!
El hijo de mi silencio, en los dolores de la noche,
se ha convertido en un joven grito alegre
y esperanza de un nuevo día.
Siempre sorprendes con tus escritos! Bella mía 🥰
Eres tú quien me sorprende siempre, mami. Gracias por leerme. Te amo.