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(Tiempo estimado: 5 – 7 minutos)

Te saludo de nuevo, apreciado lector, esperando que estés disfrutando de un buen tiempo de la Presencia del Padre en el lugar secreto. Personalmente, este tiempo de confinamiento ha sido muy especial, pues he podido meditar mucho en Las Escrituras y hablar con aquel que llena mi corazón de esperanzas nuevas y alegría: mi buen Dios.

En las dos entradas anteriores, te estuve hablando de una invitación muy especial para esta cuarentena: la invitación a construir tu templo. En verdad espero que estés viendo el progreso de ese templo y que estés tomando todas las precauciones y medidas necesarias para sentar bien sus cimientos, sus muros, sus cámaras y todo lo demás. Tu templo necesita buenos tiempos de construcción espiritual, además de una buena actitud de obrero como israelita y no como extranjero (según lo que tratamos en la entrada anterior). En esta ocasión, quiero invitarte a que adiciones una tarea a tu trabajo de construir: la tarea de limpiar.

En el Antiguo Testamento, se cuenta la historia del pueblo de Israel y dentro de los muchos eventos que de él se cuentan, podemos recordar el momento en el cual Dios decide que su cautividad en Egipto debe terminar. El pueblo de Israel sale de la tierra de su esclavitud hacia la tierra prometida; y en el trayecto, las doce tribus que conforman el pueblo viajan de una manera organizada (la tribu de Leví se encarga del centro que es el tabernáculo y los habitantes de las once tribus restantes se ubican a su alrededor). A esta micro-organización llamaremos “campamento”.

En este campamento, los israelitas tenían una rutina: se acostaban, se levantaban a ocuparse de sus diferentes roles, comían porque recibían el maná que caía del cielo y al caer la tarde, se acostaban de nuevo a dormir y descansar… muy similar a nuestras vidas cotidianas, ¿no lo crees? De algún modo, vivimos en un campamento moderno que avanza en medio de muchas vicisitudes, tal y como avanzaba el pueblo de Israel al atravesar por un entorno desértico y hostil.

Ese campamento tenía como base de su organización La Ley dada por Dios a Moisés. En ella se describían, entre otras muchas cosas, ciertas medidas de aislamiento social a las cuales debían ser sometidas las personas que padecían ciertas enfermedades o aquellas que se consideraban ceremonialmente impuras. ¿Se te parece en algo a lo que estamos viviendo ahora? Yo creo que sí. Este asunto de las cuarentenas no es para nada nuevo.

Levítico 17 habla de las impurezas físicas tanto del hombre (emisión de semen), como de la mujer (flujo de sangre) y Levítico 22:4-9 hace énfasis en otro tipo de inmundicias como la lepra, el flujo, el contacto con cadáveres o reptiles, el consumo de animales despedazados por fieras y aún el contacto o consumo de animales impuros. Deuteronomio 14:3-21, por su parte, describe los animales que el Señor considera detestables o impuros y contempla en su lista al murciélago. Sí: el murciélago. Justo el animal del cual afirma la ciencia, pudo haberse dado el salto probable del coronavirus al ser humano. ¿Me sigues? Lo que estoy tratando de decirte es que Dios, desde el Antiguo Testamento, ya nos había dado instrucciones acerca de todas las prácticas debidas para nuestra alimentación, pero ciertamente hemos desobedecido y por causa de nuestro corazón rebelde, no solo se ha desatado esta gran pandemia que ahora azota el mundo entero, sino que además nos vemos en la necesidad de permanecer en casa por orden de nuestras autoridades.

No quiero que me malinterpretes. No te estoy hablando de un Dios malvado. Te estoy hablando de una generación de la cual hacemos parte, que le ha dado la espalda al Señor y no ha seguido sus caminos; de una generación que no le busca y que recibe como consecuencia el pago de su maldad, según lo que bien advierten las Escrituras.

Ahora bien, piensa en algo: este COVID-19 ha detenido el campamento del mundo, pero no tiene porqué detener tu vida, ni mucho menos tu relación con el Señor. Sí, es cierto que estamos confinados y hemos hecho gran maldad, pero Dios mismo, quien es grande en amor y misericordia, nos ha dado medicina para nuestro gran mal: ¡purifiquémonos! Limpiemos nuestras vidas de toda inmundicia, suciedad y maldad para que seamos más blancos que la nieve.

¡Construye tu templo y purifícate en el proceso!

Recuerda que no tienes el poder ni la capacidad para limpiarte tú mismo. Solo Dios puede hacerlo por ti. Por eso aprovecha que estás aislado y fuera del campamento para tomarte en serio tu proceso de purificación. Siente cómo Dios mismo viene a ofrecerte su servicio de limpieza espiritual: profundo, perfecto, delicado y muy eficaz.

“Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve”.

Salmos 51:7

Para finalizar, quisiera proponerte la lectura de algunos versículos que he tomado de La Palabra acerca de la purificación. Sería lindo que meditaras en ellos y le pidieras al Señor que te muestre las impurezas de tu corazón para que, al hacerlas evidentes, pueda Él mismo venir a limpiarlas. Igualmente, te comparto la presente reflexión también en video. La hice ayer en vivo a través del canal de Instagram oficial del ministerio de jóvenes de la iglesia local en la cual me congrego (CCM Jóvenes). Espero que todo este material sea de mucha bendición para ti.

Dios te continúe bendiciendo.

Versículos: Éxodo 29:4, Levítico 14:8-9, Levítico 16:24, Levítico 17, Levítico 22:4-9, Números 8:6-7, Deuteronomio 14:3-21, 2 Crónicas 4:6, Salmos 139:23-24.

Andrea Suárez Salazar

4 Replies to “Más blanco que la nieve”

  1. Nuestro corazón es tan profundo que va adquiriendo impurezas; con el tiempo los seres humanos vamos dejando cosas allí, y pues con la palabra de Dios podemos depurar esas cosas ocultas en nuestro corazón!!. Salmo 119:9 ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra….

    1. Así es. ¡Que Dios nos ayude a guardar Su Palabra para ser realmente limpios!

      Bendiciones.

  2. Que hermoso como el señor se manifiesta en estos momentos, el llamado que nos hace a reflexionar sobre nuestra espiritualidad, sobre nuestras acciones, nuestra vida. A buscar la suciedad que no nos deja ver la belleza del Señor y nos brinda el espacio para santificarnos. Gracias Andre, bendiciones.

    1. Gracias a ti por leer y comentar mis entradas, Jose. En verdad es un tiempo que debemos aprovechar mucho para encontrarnos con el Señor y conocer más de Él.

      Un abrazo y Dios te bendiga.

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