(Voy a contarte un sueño de la semana pasada, que ha dejado mi alma realmente impactada).
/Primera escena/
Me encontraba yo en mi sueño abajo de una montaña
jugando con un amigo muy temprano en la mañana.
De repente oí yo un grito
y supe que era bendito,
porque hablaba de una meta,
¡tronante voz de profeta!
“¡Aquí está el Trono de Dios!”, fuerte la voz anunciaba,
y mientras tanto, con asombro, a mi amigo yo miraba;
hasta que entendimos ambos
que debíamos levantarnos,
e ir corriendo y avanzando
a donde estaba señalando.
/Decisión/
A toda prisa
y bajo la brisa,
mi amigo y yo corríamos
y hacia la luz iríamos:
no era tiempo de caer
y queríamos vencer.
/Mi voz y la respuesta de mi amigo/
Yo: -“¿No te sientes muy cansado?”.
Él: – “¡Oh, si! Me siento desesperado”.
Yo: – “Pues no pierdas la esperanza,
porque mi mirada allí alcanza”.
/Segunda escena/
Mi amigo cobró ánimo y junto a mí corrió a las aguas,
hacia una fuente preciosa de frescas aguas mansas.
Estaba en una profunda sima de una verde montaña
y allí llegamos después de esa gran hazaña.
Quedamos sorprendidos al ver cuán vasto río
que fluía muy tranquilo justo allí en medio del frío.
/Tercera escena/
Me apresuré y quité mi ropa y el calzado de mis pies,
ni siquiera pensé en todo lo que hice al revés.
La verdad es que lúcidamente no pensaba,
solo quería que mi alma allí rápido nadara.
No me percaté de mi amigo tampoco,
-supongo que, como yo, se lanzó allí como un loco-.
/Mi verdad/
¿Y es que como no lanzarse en esas fuentes de aguas,
de esas dulces, frescas y tranquilas aguas mansas?
En verdad era en la tierra el trono de Dios,
y ya con esto tenía para darle al mundo adiós.
Nadé tanto como pude hasta mi alma sumergir,
con sinceridad te digo: no quería yo salir.
¡Era el trono de Dios hecho aguas!
No lo dudo.
¡Era el trono de Dios hecho paz!
No lo dudo.
Era un sueño de Dios.
No lo dudo.
¡Era Dios, era Él!
En verdad que no lo dudo.