Porque descubres en mi boca palabras escondidas,
porque despiertas en mí abrazos dormidos,
porque das a mi mundo color, sonrisa y dulce aroma.
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¡Fragancia de Dios, dulce fragancia!
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Porque tus ojos como faros dan luz a nuevas ideas y cambios,
porque tus caricias aquí cerca resumen la grandeza de tus manos,
porque haces de mi retórica algo tan sutil y fluido
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… tranquilo, apacible, suave y real.
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Porque me preparas y me alientas,
me exhortas, me alimentas,
me levantas, me sustentas.
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Por todo esto, y por las mil cosas que siento
cuando con el mundo no consiento, Jesús,
es que hoy te digo desde dentro,
muy adentro de mis adentros:
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“¡No me permitas soltarte, no me dejes alejarte!
A este corazón sediento no distancies
de tus manos, de tu boca… dulce aliento”.