Hoy lloro, Dios, porque me apago:
me habla un muerto que maté
y ahora no sé qué hacer con él.
¡Oh, Señor!
Dime… ¿qué hago?
Tengo un dolor a cuestas:
un dolor que hiere y atormenta,
un mal que pesa y no me suelta.
¡Oh, Señor!
No escucho tus respuestas.
Odiosas cargas impuestas
en un sombrío y gris desasosiego,
que sin razón absurdamente niego.
¡Oh, Señor!
¿Por qué estas propuestas?
Por favor, Señor, dime qué hago.
¡Es en serio que no puedo más con esto!
Mi corazón en vela está indispuesto,
y ya mi alma nunca satisfago.
¡Devuélveme ese muerto que maté!
¡Haz en mí lo que hiciste en Ezequiel
con esos huesos secos y sin piel!
Vuelve tu rostro y mira: ¡al muerto ya lo desaté!
Que tu corrección en mí no falte,
y que algo de vergüenza en mí quede.
¡Oh, mi buen Dios, esto a mí concede:
que mi vida sane y a ti exalte!