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(Tiempo estimado: 4 – 6 minutos)

Te saludo de nuevo, estimado lector, esta vez desde un precioso aposento alto. Espero que recuerdes que en la entrada anterior estuvimos hablando de la importancia de preparar la cena del Señor, de las instrucciones que Él nos da para llevar a cabo esta tarea y de la manera detallada en la que Él desea que las sigamos… “paso a paso”.

Para tomar la cena, primero hay que prepararla, ¿recuerdas?

Un detalle personal 

Quienes son cercanos a mí saben que desde el año pasado he venido viviendo diversos problemas de salud, asociados todos con la ingesta de alimentos. Es la primera vez en mi vida -y en este proceso llevo alrededor de diez meses- que he tenido tantas dificultades para comer. También es quizás la primera vez -con tristeza lo reconozco- que agradezco a Dios tan profundamente por el regalo que nos concede al comer, sin que nada de lo que ingerimos nos haga daño. ¡Es un verdadero milagro!

Es tal vez por toda esta aflicción física que he vivido, que Dios me ha llevado a meditar tan seriamente en el asunto de la comida. ¿Cuándo debo comer?, ¿qué clase de alimentos debo ingerir?, ¿cuáles criterios debo tener en cuenta a la hora de ir a mercar o pedir algo en un restaurante?, ¿qué consecuencias trae a mi vida el no discernir lo que debo y no debo comer? No creerías la cantidad de veces que pienso en estas cosas en un solo día para poder mantenerme sana, tranquila y sin dolor.

Ahora bien, si esto me sucede en lo natural a diario… ¿crees tú que es importante preguntarse acerca del alimento espiritual? Es decir: ¿con qué estamos alimentando nuestro espíritu?, ¿cada cuánto lo alimentamos?, ¿cómo discernir las cosas que le hacen bien a nuestro espíritu y no mal?, ¿cómo reconocer una “indigestión espiritual”? Si me sigues en este pensamiento metafórico, muy probablemente responderás que es demasiado importante. Estamos de acuerdo.

La verdadera comida del creyente

Lo primero que habrá que entender es que de la misma manera en que una persona no puede vivir en lo natural sin comer, un creyente no puede vivir en lo espiritual sin hacerlo. La comida es la base de nuestro crecimiento y desarrollo como seres humanos, le permite a nuestro cuerpo funcionar de una manera adecuada y nos aporta los nutrientes y minerales más importantes para la vida. Adicionalmente, nos ayuda a prevenir enfermedades y a mantener sanos en todo sentido. En el espíritu sucede exactamente igual: la buena comida es nuestro fundamento… la base de nuestra energía y vitalidad en Dios.

Ahora bien, ¿qué debe comer el creyente? 

“Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (1). El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él (2). Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí (3). Este es el pan que descendió del cielo: no como vuestros padres comieron el maná, y son muertos: el que come de este pan, vivirá eternamente (4).

Juan 6:55-58 (RVA)
  1.  La verdadera comida del creyente es la carne de Jesús (v. 55): no tomes esta expresión como algo literal; es decir, comer de su cuerpo físico. Si continúas leyendo el pasaje, te darás cuenta de que los oyentes de Jesús pensaron en algo similar en sus corazones y dijeron (v. 60): “Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?”, con lo cual demostraron no entender verdaderamente la intención de sus palabras. Jesús les aclarará posteriormente lo que realmente quería decir (v.63): “El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida”. Así las cosas, queda claro que “comer la carne de Jesús” significa realmente escuchar las palabras que Él habla, para que tengamos su espíritu y su vida en nosotros.
  2. Es necesario comer su carne y beber su sangre para que podamos permanecer en Él y para que Él permanezca en nosotros (v. 56): permanecer en Dios es una gran necesidad del ser humano. Procurar estar cerca de Él es algo en lo que debemos esforzarnos cuidadosamente a diario y esto es solo posible si seguimos la dieta espiritual más sana: comer su carne y beber su sangre. Él se dio a sí mismo como nuestro alimento y derramó su sangre por amor a nosotros en la cruz del calvario. Sin duda alguna, la obra de la cruz tiene el poder de darle fuerza a nuestro ser interior y de ayudarnos a permanecer en Él.
  3. El que come la carne de Jesús vivirá para Él. (v. 57): ¡qué bella es esta promesa! el Señor no solamente nos está diciendo que comer de Él nos va a permitir estar cerca de su corazón, sino que además nos permitirá vivir enteramente para Él; esto es, para darle la gloria en todo lo que hacemos. Ingerir su carne será entonces como consumir una deliciosa comida que nos garantizará magnificar su nombre como hijos suyos y exaltarle en medio de la gente. Una vida alimentada en el espíritu por Cristo es, sin duda alguna, una vida que merece ser vivida.
  4. Jesús es el pan que descendió del cielo para que todos comamos de Él y podamos vivir eternamente. (v. 58): durante la travesía en el desierto, el pueblo de Israel fue alimentado con maná que descendía del cielo. Su caída era diaria y nunca escaseó. Si miramos este versículo 58 en el evangelio de Juan, nos daremos cuenta entonces de que ese maná era realmente una figura de Jesucristo, ese pan que bajó del cielo para alimentarnos, redimirnos, libertarnos y llevarnos a vivir en la eternidad con él. La única diferencia entre ese maná del Antiguo Testamento y Jesús, es que este último tiene una gran ventaja sobre el primero: es un alimento que nunca se acaba y que tiene el poder de garantizarnos vida eterna.

Una dieta celestial para ti

Mi invitación entonces en este día es llevarte a pensar seriamente en el tipo de alimentos que le estás dando de comer a tu espíritu para que él tenga vida y funcione muy bien. Si tu respuesta te entristece porque llevas una dieta espiritual terrible, es hora de arrepentirte, confesar tu maldad y volver a venir al Señor a preparar tu cena con Él en oración, ayuno y meditación de la Palabra. Si por el contrario, tu respuesta te motiva a seguir llevando una dieta espiritual saludable, me alegro mucho por ti y por tu casa. Alimentarte bien te asegurará fortaleza, resistencia y vigor para los días difíciles que se acerquen.

¡Prepara tu aposento alto para la cena y tómala! Ya has preparado el ambiente y el plato de la comida más saludable que puedes comer ya está servido en tu mesa. ¿Qué esperas?

Bon appétit.

Dios te bendiga.

Andrea Suárez Salazar

7 Replies to “Cena en el aposento alto”

  1. Andre, me encanta la simplicidad con la que hablas y a la vez lo profundo a lo que llegas. Que el Señor te siga bendiciendo y usando para bendecir a otros.

    1. Amén, Valen. Muchas gracias a ti también por leerme y por la saludable y constante retroalimentación que me haces siempre.

      Te mando un abrazo.

  2. Andre, esto me ha llegado al corazón y más porque de primera mano sabes que también manejo problemas con lo que como, de verdad gracias por estos cortos..y por compartir. Un abrazo

    1. Con mucho cariño, Milito. Me alegra saber que mi publicación ha sido de bendición y edificación para su vida.

      Un abrazo,

      Andrea

  3. Muchas gracias por tomarte el tiempo de escribirlo y compartirlo. Es cierto que no reconocemos la necesidad de estar bien alimentados espiritualmente, y por eso hay debilidad e indigestión. Ahora, a comenzar una dieta saludable y rica en el Espíritu.

    Dios te bendiga.

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