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Déjame contarte algunas cosas acerca de un hombre que llegó a tomar la decisión más crucial de su vida: acabar con ella. No te apresures a juzgar antes de leer, sino antes bien prepárate para abordar la presente entrada sin prejuicios, meditando en algunos pensamientos que el Señor ha puesto en mi corazón compartirte en este día.
Voy a comenzar contándote que este varón tenía una familia grande: tíos, hermanos, sobrinos y dos hijas. Se había separado hacía ya varios años y vivía solo en un apartamento. Vivía bien; o bueno… eso era al menos lo que muchos creían. Trabajaba como fotógrafo y camarógrafo profesional para muchas personas y en diversos contextos; y era independiente. Esto le daba cierta libertad económica y creativa que utilizaba muy bien para inventar cosas nuevas, editar fotografías y videos, así como jugar con los colores y los sonidos.
Esto me hace recordar que era uno de esos hombres que uno dice “artista”: artista de la imagen, artista del color. Tal vez se ocupó mucho de colorear la vida de otros y no la suya, porque rápidamente se le olvidaron los muchos años en los que había dejado de pintar sus recuerdos. ¡Qué triste es pensar en este artista despreocupado por continuar decorando las piezas de arte de su vida! Se habían vuelto ya lienzos roídos por el tiempo -ya no blancos sino amarillos, pesados, viejos y empolvados-.
Era uno de esos hombres a los que uno fácilmente llama “amigo”. Todos lo recordaban con un cariño especial y pocos eran quienes se negaban a ayudarle en el trabajo, en la familia, en todo. No tenía problema en guardar secretos y le desesperaba hablar mal de la gente, enfrentarse con ella y hacerla quedar mal. Sin embargo, tenía algunos problemas al decir cosas negativas a las personas… digamos que su tono a veces no era el “ideal” y su extrema franqueza chocaba con la susceptibilidad de muchos. Pudo -y tal vez lo hizo- herir a muchas personas con sus comentarios crudos sobre la vida, la muerte, la pobreza y la miseria. Era, sin embargo, comprensivo.
También fue uno de esos hombres que uno dice “niño”: niño porque se le veía una cara de alegría infantil tan bonita al ver las flores que uno, de verdad, se quedaba pasmado. Nunca pensó que fuera demasiado viejo para esas cosas de estar mirando flores ¡Qué especial! Y esa sonrisa… si acaso puedo describir los tenues recuerdos de esa sonrisa… iba de oreja a oreja gritando silente: “¡quiero bombones!”. Sí: definitivamente era un hombre-niño que comía bombones y chocorramos. También recuerdo que tomaba su buen tiempo para el almuerzo y la siesta. Decía que nada se comparaba a una buena siesta y que era imposible ir a trabajar a las 2 de la tarde sin haber hecho el tan esperado rito de los 10 a 15 minutos.
Podría igualmente describirlo como un hombre “verraco”. Se la pasaba arreglando la vida de otros y de él mismo, con un profundo sentido de servicio y con una gentileza que muchos recuerdan con ojos tristes. Además, era un hombre orgulloso que se daba su lugar, se hacía valer y no hacía rebajas a su clientela por quedar bien. ¿Por qué habría de hacerlo si su trabajo era bueno? ¡Nada se comparaba con lo impecable de sus productos audiovisuales y sus largas listas de instrucciones! Todo digno de un buen perfeccionista.
Hubiera hecho tal vez bien en haber escrito una larga lista para su propia vida, pues le sobraban consejos y le faltaban ganas. Se le percibía siempre ese deseo de “echar para adelante” y era ejemplo de firmeza en su familia -aunque también de orgullo-. Era duro como una roca y difícilmente lo conmovía una de esas historias de películas que hacen llorar a todo el mundo. Hacía, en ocasiones, comentarios críticos y desazonados acerca de la violencia en el mundo y de la caótica condición humana actual. ¿Inconmovible? Tal vez… un hombre de “armas tomar” en todas sus decisiones, hasta en la última: tirarse de un edificio del que sabría no terminaría vivo.
Ese varón era mi padre.
¿Qué pasó?
Escabrosa pregunta.
Delicada pregunta.
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La anterior es tan solo una de las miles de historias que tristemente se escuchan a diario en nuestra realidad colombiana: vidas de hombres, mujeres, jóvenes, adolescentes y niños quienes no esperan a que la naturaleza sorpresiva de la muerte los alcance.
En las estadísticas de medicina legal, aparece registrado el suicidio como la cuarta causa de muerte en la nación, después del homicidio, los accidentes de tránsito y los accidentes caseros (o muertes accidentales). Es curioso que las cuatro principales causas de muerte en Colombia sean no naturales, sino creadas e impulsadas por el mismo hombre. Se estima que para la década entre el 2005 y 2015, el sistema médico legal colombiano presentó 18.336 registros por suicidio (es decir, 1.833 casos promedio por año); y que para este último quinquenio, ha incrementado desde el 2016 a una alarmante cifra superior a las 7.000 personas (2.200 en promedio por año). No son cifras pequeñas.
¿Cuántos casos más -similares a este- no habrá allá afuera? y más aún… ¿qué hacer? Siento que como parte de la iglesia de Cristo en esta tierra, no es opción decidirnos por la indiferencia. Somos hijos entrañables que viven en lo profundo del corazón de un Padre amoroso, quien se duele por esta humanidad sufriente y adolorida hasta los huesos. El desdén o la frialdad no son el camino correcto, estimado lector. Aún nos falta mucho por decir, mucho por interceder.
Muchas bendiciones para ti en este día. Permite que Dios abra tu ser interior para que puedas sentir los latidos de su corazón y actuar conforme a su voluntad. Recuerda que nuestro buen Padre arde de deseos por recibir en sus brazos a aquellos desesperanzados que gritan por la vida, antes de que hallen la muerte.